Desayunamos frente al hotel a las 7 de la mañana con todo preparado para salir de Zaragoza. Hoy tenemos por delante un nuevo día de calor, y van seis, pero además aderezado con viento de cara, el temido cierzo.
Desde ayer, César lleva notando la rueda trasera descentrada; parecía algún radio que se había aflojado o roto, pero al buscar el motivo del problema se descubrió que era la cubierta trasera la que estaba rajada por la zona de la llanta. La primera capa de goma estaba rota y la segunda ya tenía claros signos de fatiga. Eran las 7 y media y todavía no habían salido de Zaragoza. El plan era, o bien esperar en Zaragoza hasta las 9 y media, o bien ir hasta Utebo, a unos 10 kilómetros en la dirección de la ruta y que ya estaba abierto.
José María y César tomaron la delantera para ir hacia el taller que se encontraba en la zona industrial de Utebo. La rueda aguantaba bien y el terreno no era malo: carril bici y carretera. Entrando en Monzalbarba la cubierta no aguantó más y reventó estrepitosamente, dejando a los dos ciclistas a 2 kilómetros y medio de su objetivo.
Nuevo cambio de planes: Desmontaron la rueda trasera y la llevaron en el carrito de Paco, mientras César iba en la bicicleta de José María para llegar al taller. Juan les acompañó a la tienda mientras que José María y José Luis se quedaron en Monzalbarba esperando a que la avería estuviese solventada y volvieran con todo arreglado.
El taller estaba lejos, y les costó encontrarlo en el polígono. Con la rueda reparada y una cubierta nueva, César la acopló en la parrilla y volvió al pueblo donde esperaban José María y José Luis. Paco y Juan buscaron la forma de volver al trazado del camino para seguir ruta y esperar a los otros tres.
En Sobradiel volvieron a reagruparse de nuevo y siguieron ruta, para abandonar Aragón poco después y entrar en Navarra.
El viento hizo que por los tramos de carretera fuesen haciendo relevos y hasta abanicos, para resguardarse un poco unos a otros.
Los kilómetros caían a buen ritmo a pesar del retraso, y a las 13:30 pararon en Gallur a comer… esta vez de mesa y mantel, como debe ser. Un acierto dar con el Hotel Restaurante El Colono, muy recomendable, por precio, por calidad y sobre todo por el trato y amabilidad.
La salida del restaurante fue… cómo decirlo… dantesca. La comida y el calor atorrante que estaba haciendo nos dejó fuera de juego y pedalear se iba a convertir en un suplicio.
Salieron del pueblo con el único objetivo de buscar un lugar sombrío bajo un árbol para echar una siesta. Lo de buscar un árbol por estos pagos no es cosa fácil. Al menos uno adecuado para nuestras necesidades.
Juan y César no estaban para exquisiteces, y en el primer sitio que encontraron allí se quedaron. Los demás siguieron ruta buscando otro lugar. Una hora después los dos ciclistas se despertaron envueltos en un día gris y nublado que no era el que dejaron cuando perdieron el conocimiento bajo el árbol.
Tocaba pedalear para recuperar el tiempo perdido y recorrer los 35 kilómetros que quedaban. Los otros tres finalmente no encontraron el oásis de sus sueños y siguieron ruta.
Pasado Cortes empezó la lluvia a hacer acto de presencia. Tras una larga travesía por una pista pedregosa e incómoda, César y Juan se toparon con un corte de camino que fue imposible salvar: un recinto cerrado por una verja que cortaba el camino. La lluvia no cesaba y no podían perder más tiempo buscando alternativas, así que buscaron la carretera nacional, que un paisano les había dicho que tenía una vía de servicio que llegaba hasta Tudela. Por el camino hablaron con los otros tres que estaban esperando en Ribafurada reguardándose de la lluvia, así que quedaron allí para reagruparse.
La lluvia paró y se reanudó la marcha hacia Tudela por la vera del canal. Llegaron casi a las 8 de la tarde con más de 100 kilómetros en las piernas.
Vaya ruta mas variada, el calor esta en todos sitios pero pedaleando supongo que sera insoportable, animo chicos