Comenzamos la última etapa con distintas sensaciones que otras veces. El final no es el mismo, y no lo tenemos controlado, y sobre el papel es más duro que cuando entramos en Santiago por Arzúa.
Desayunamos en el Albergue que hay junto a la pensión y cuando empezamos a pedalear ya tenemos las primeras gotas de lluvia. No podía ser de otra forma.
En los primeros kilómetros tenemos que tocar los 400 metros de altitud y volver a perderlos, con continuas subidas y bajadas entre tanto.
Volvemos a Negreira tras una larga bajada, ya sin lluvia y paramos a comer algo para afrontar los últimos kilómetros.
Las bicicletas están ya para el arrastre: acumulan ruidos, saltos de cadena. Y nosotros, algunos más que otros, estamos también para el arrastre.
Por fin, tras algunas dudas finales porque era la primera vez que llegábamos a Santiago de Compostela por este camino de regreso, llegamos a la Plaza del Obradoiro, donde nos estaba esperando el Nene para recibirnos y hacernos la foto final para celebrar este nuevo viaje.
Veníamos hambrientos, y mientras íbamos a buscar la pensión de hoy, paramos a tomar una cerveza y terminamos comiéndonos un arroz y haciendo una sobremesa de las largas.
Ya en la pensión, que hasta hacía unos instantes era un «hotel», nos enteramos de que está en una 6ª planta, y que los ascensores los están arreglando… para qué más. Menos mal que no había que subir las bicicletas como en Lugo.
Finaliza aquí esta nueva aventura, muy pasada por agua, con zonas nuevas y mucho frío en ocasiones, pero en el que hemos cumplido el principal objetivo: seguir pasándolo bien con los amigos.
Esta va por tí, Juanito… ¿sabes cómo te quiero decir?