Etapa 4. Cañamares – Tragacete

Seguramente ayer nos echásteis de menos, pero todo tiene una explicación, y como ciclistas vuestros que somos os la vamos a dar. Pero más adelante, paciencia.

Sobre las 9 de la mañana ya estábamos dando las primeras pedaladas después de desayunar en el mismo alojamiento, donde teníamos una cocina y un salón a nuestra disposición. En realidad todo el hostal estaba a nuestra disposición porque estábamos solos.

Nos avisaron que nada más salir del pueblo teníamos que desviarnos para tomar el puerto de Monsaete para evitar el paso del túnel que estaba prohibido para bicicletas. No es un puerto demasiado duro, pero había que subir unos 4 kilometros. La bajada nos dejaba ya en Cañizares donde paramos a comprar algo de embutido y comer algo ante de seguir. Y a continuación el Puerto Vadillos población desde la que se accede al manatial de Solan de Cabras. Durante todo ese tramo el tráfico de camiones era constante y todos iban al mismo sitio: a la embotelladora del manantial. No fuimos a Solan de Cabras porque nos comentaron que no merecía la pena. El balneario está cerrado en esta época y la fábrica abierta y no te dejan entrar.

En Puerto Vadillos tomamos un café rápido y cuando ya nos íbamos a poner en marcha una nube cubrió toda la zona y empezó a llover con bastante fuerza, así que esperamos un rato hasta que abrío un poco.
Continuamos ruta y nos metimos de lleno en las Hoces de Beteta, un lugar que merece la pena visitar porque la zona es una maravilla. Kilometros y kilómetros de carretera cruzando la hoz que hacen las delicias de cualquiera que pase por allí.

En Beteta paramos a comer algo porque ya llevábamos algo de pájara encima y eran casi las tres de la tarde Las hoces nos han retrasado mucho porque parábamos a cada rato a hacer fotos y disfrutar del paisaje.

Salimos de Beteta en dirección a Santa María del Val, por camino fácil y cómodo aunque con algo de pendiente. Ya en la carretera, dirección a Poyatos tomamos un desvío a la izquierda para tomar la pista forestal que nos llevaría en línea recta hasta Tragacete. La pista tenía unos 25 kilómetros de longitud y debíamos subir dos pequeños puertos, algunos tramos con pendientes importantes, pero todo ciclable.

Cuando nos quedaban unos 7 kilómetros para salir a la carretera nos encontramos un par de árboles tirados en mitad del camino. Ya llevábamos algún tiempo viendo troncos y ramas rotas, pero se veía que habían limpiado con motosierras los troncos caídos.

Con algo de dificultad saltamos los troncos y seguimos, pero poco después había más, y otro más, y muchos más. Los fuimos pasando como podíamos, algunos por arriba, algunos por abajo, bordeándolos saliéndonos de la pista…

Pronto todo se convirtió en un espectáculo dantesco. Cientos, miles de árboles arrancados de cuajo, con el cepellón al aire, cruzados en el camino o derribados en el monte, algunos tronchados como el que rompe un palillo de dientes, otros directamente doblados como una pértiga y cruzados en el camino.

No teníamos opción, había que seguir y teníamos la confianza de que en algún momento aquello terminaría. Nuestra hora de llegada estaba prevista para las 8, así que no había peligro. Pero la cosa se complicaba por momentos. Los árboles aislados que se podían pasar se convertían a cada paso en árboles gigantes que cruzaban todo el camino y la hora se nos empezaba a echar encima. Estaba anocheciendo y estábamos en un punto en que ya no podíamos retroceder ni avanzar.

Cuando ya no podíamos apurar más la luz tomamos la decisión de abandonar las bicis en mitad del monte. No había problema, porque si nos había costado llegar a nosotros hasta aquí esta noche tampoco va a pasar nadie. Pero teníamos que salir de esa ratonera. Estábamos sin agua y casi sin luz y cogimos todo lo que llevábamos de valor en las alforjas y comenzamos a caminar cruzando los árboles que nos quedaban. Eran pocos ya, pero estábamos sin luz y no podíamos volver, además no sabíamos si más adelante habría más árboles caídos.

En cuanto tuvimos ocasión llamamos al 112 para informar de nuestra situación. Estábamos en el monte, a 15 kilómetros de cualquier lugar decente y sin estar seguros de si podríamos salir de allí.

Nos pusieron en contacto con la Guardia Civil y tras muchas llamadas y explicaciones de dónde estábamos por fin a las doce y media de la noche dieron con nosotros ya en la carretera de Tragacete, a 10 kilómetros del pueblo.

Hasta cuatro guardias civiles en dos patrullas estuvieron pendientes de nosotros y ayudándonos en lo que pudieron. No teníamos siquiera alojamiento, porque la idea era reservar en cuanto tuviésemos cobertura, cosa que nunca ocurrió.

Nos recorrimos el pueblo dentro de uno de los coches de la Guardia Civil buscando algún alojamiento donde se viera algo de vida, pero nada, estaba todo cerrado. La última opción era pedir en el Centro de Salud que nos dejaran una silla cerca de la máquina de café para pasar la noche y volver por la mañana a por las bicis.

Pero de milagro cuando volvimos a pasar por el Hostal El Gamo, Paco, el dueño del hostal estaba por la calle porque había visto a la patrulla por la ventana y se había asustado y bajó a ver qué pasaba.

Al final pudimos ducharnos y dormir calentitos que tras la odisea ya no contábamos con ello ni de lejos. Ni ropa para cambiarnos teníamos, porque estaba todo en las alforjas.

Un 10 para nuestros ángeles de la guarda que nos echaron un cable, y que desde aquí les agradecemos en el alma. Gracias de verdad.

Por la mañana quedamos con Paco, el dueño del hostal que nos llevaría con su desvencijado Nissan 4×4 hasta el lugar donde estaban las bicis. Sabía él mejor que nosotros dónde estaban las bicis, sólo con nuestras explicaciones, no en vano se ha recorrido esos montes miles de veces. Hay que decir que Paco es un jovenzuelo de 90 años con una predisposición a ayudar digna de elogio.

Llegamos al punto donde estaba el último árbol caído y Paco no daba crédito a lo que estaba viendo. Lo que vimos en ese monte yo no lo había visto en mi vida.

Con luz la cosa cambia y conseguimos sacar las bicis monte abajo buscando claros y esquivando árboles hasta salir de nuevo al camino libre. Y Paco con sus 90 años trotando por el monte con nosotros, hay que decirlo.

Subimos las bicis en el Patrol y volvimos al pueblo donde habíamos dejado nuestras cosas y reestructurar el viaje. Pero eso será otra historia.

Chicos, si nos leéis de verdad gracias de nuevo, y creo que os gustará escuchar eso de «Viva la Guardia Civil».

5 comentarios

  1. Jolines niños, flipao estoy vaya “aventurilla” me alegro de que todo haya salido bien, porque os podiaias haber quedado tirados en condiciones jodidas. Ya me nos extrañó que no publicases nada.
    Bueno esto que os ha pasado tiene miga. Me alegro ahora a seguir, pero vaya sustillo. Menos mal que siempre hay gente dispuesta a ayudar. Estoy contigo Viva La Guardia Civil y el Paco. un abrazote

  2. Ayer no me preocupe porque pensaba que estariais cansados y no te dio tiempo a editar, pero vaya aventura que habeis vivido, no me gustan esos bosques y menos porque no los conoceis, en fin ya paso todo y ya sabeis, no ir por el bosque que suele estar el lobo, un beso y espero que todo os vaya bien ahhh y que viva la Guardia Civil y el Señor Paco, todo un Angel de la Guarda

  3. desde sinarcas hoy he conocido a unos chicos ciclistas muy majos y que voy a seguir por esta pagina, que envidia me habeis dado feliz viaje

  4. Vaya aventura ! Hay gente buena por todas partes. Me alegra que estéis bien. Un abrazote

  5. Cristina Patiño Varela

    Jolin…… Que miedito….. Menuda aventura chicos!!!

No se admiten más comentarios