Para no perder la costumbre hoy tambien apuramos la mañana con tranquilidad, primero para levantarnos y recoger y luego para tomar café en el restaurante de Juanvi, el dueño de los apartamentos donde hemos dormido esta noche.
Son unas curiosas edificaciones unifamiliares de dos plantas con cocina, salón y baño en la planta baja y dormitorio en media planta de arriba, desde se ve el salón. El grupo de casitas llamada La Aldea, en la parte más alta de la población de Calles está pintada de distintos colores. La nuestra es la verde, para dos personas. Justo en la parte de atrás de los apartamentos está el restaurante.
Juanvi anoche nos cogió «al vuelo» en Chelva cuando pasamos por delante de su casa, a unos 6 kilómetros de Calle. Justo antes llamamos a su mujer para decirle que íbamos para allá y Juanvi salía con la bici hacia el pueblo para darnos las llaves cuando nos vió pasar por delante de su casa: una pareja, en bici, con alforjas… no pueden ser otros, así que nos fuimos a Calle con él hasta el apartamento. Esto pasó ayer, pero no nos despistemos, que estamos en hoy, que me voy del tema.
Después de tomar café bajamos hasta la carretera hasta Losa del Obispo donde paramos a tomar un bocata porque estábamos sólo con el café.
A partir de ahí nos salimos de la carretera y tomamos caminos de cultivo. Valencia en estado puro. Si ayer teníamos almendros hoy se mezclaban los campos entre olivos, naranjos, almendros y vides. Kilómetros y kilómetros de campos, regadíos, naranjos… buen camino, fácil y llevadero, aunque el calor apretaba y el agua escaseaba. Ni un sólo pueblo, ni un alma en 30 kilómetros de distancia.
Estábamos con el bocadillo de las 12 de la mañana pero no teníamos hambre, teníamos sed… mucha sed… demasiada sed. En Villamarchante fuimos de cabeza al primer super que vimos abierto y compramos, ojo: un litro de horchata, un litro de zumo de naranza, medio litro de coca-cola y un litro y medio de agua… todo frío, y todo entró como si tuviésemos un agujero por debajo y se fuera escurriendo a medida que nos lo bebíamos.
A la salida del pueblo tomamos el carril bici, que nos han comentado que desde aquí llega hasta Valencia. No es verdad del todo, el carril bici llega a Ribarroja del Turia, donde hay que buscar el cauce del río que da nombre al pueblo y ese sí llega a Valencia. Antes paramos a echar algo al estómago, que llevamos todo el día con un bocata. Un cafelito con unos fartons después buscamos el Turia y comenzamos los últimos 30 kilómetros de nuestro viaje.
La vía verde del Turia es una maravilla, en algunos tramos un poco descuidada y con algunos defectos de señalización, pero en su mayor parte un auténtico vergel. Los cultivos de hace unos kilómetros se han transformado en kilómetros de cañizos a lo largo del río. La zona es propicia para la observación de aves, como las abubillas, una de mis favoritas y que si te quedas mirando las cañas las oyes rebuscando entre ellas.
A unos 5 kilómetros de Valencia nos salimos por error del carril bici, justo en un lugar donde no había nadie ni por delante ni por detrás que nos guiase por nuestra ruta. Nos metimos en un camino un poco raro y cuando nos dimos la vuelta para retomar el camino pasó David, un ciclista que ya nos habíamos cruzado unos kilómetros antes y que venía de vuelta. Nos ayudó a salir de allí y cuando le dábamos las gracias para que pudiese seguir su camino nos dijo: «No, espera, contadme un poco», y llegamos a Valencia los tres juntos charlando el resto del camino, contándole nuestro viaje y compartiendo historias.
Nos llevó hasta la mismísima estación del AVE donde teníamos que coger el coche que teníamos alquilado para volver a casa. Un placer David, gracias de nuevo… por cierto, un fallo garrafal… se nos olvidó hacernos una foto contigo. Nos dio mucha rabia darnos cuenta cuando ya te habías ido. De todas formas sigue en pie todo lo que hablamos.
Tras recoger el coche bajamos a la playa de la Malvarosa para dar por finalizado oficialmente el viaje. Allí cenamos algo y empezamos a pensar que aún no teníamos dónde dormir… eran las diez de la noche.
Después de cenar con el coche salimos de Valencia en dirección a Castellón para buscar algún sitio donde dormir. Terminamos en La Val de Uxó en el Hotel Belcaire, desde donde estoy escribiendo estas líneas que cierran este viaje definitivamente.
Un viaje que comenzó con otro destino distinto, que fue siendo modificado en función de las necesidades, que ha sido casi al 100% fruto de la improvisación, desde los trazados hasta los lugares de paso, pasando por los sitios donde íbamos a dormir cada día. Un viaje en el que hemos descubierto zonas impresionantes, buena gente de verdad y donde nos hemos descubierto a nosotros mismos un poquito más, que de eso se trata.
Si nos buscáis siempre nos encontraréis, estamos donde siempre, nos vemos por los caminos.
Lo que bien empieza bien acaba. Vaya rutilla chula. Me la pido para el año que viene, eso si, con movida de caminos cerraos, rescate etc. . Me alegro mucho campeon@s. En unos diitas nos vemos. Abrazotes.
Un placer amigos, que envidia y que grandes sois, nostalgia de mi viaje a Sevilla.
Me encantó haceros el paseíllo final por mi ciudad, que bonita es verdad?
Sois unos locos encantadores!!!! Si volvéis avisad que cenamos juntos….
Gracias David, lo mismo te digo, si vienes por Madrid ya sabes, un abrazo
Buen final y unos cuantos amigos mas que guardar en la mochila, (para otros viajes) me alegra saber que estais bien y que pronto estareis en casita, buen vieje de vuelta hijos un beso campeones sois grandes
Qué bonito vi@je y qué bien escribes.
Ya estaréis en Madrid, pero bueno, me puesto un poco tarde a leeros.
Un abrazote