Amanece, que no es poco, pero de nuevo lloviendo. Tiene pinta de que no va a parar, así que preparamos las alforjas y bajamos a desayunar. Mientras esperamos un clarito montamos las bicis y a la primera oportunidad tomamos ruta para hacer los 12 kilómetros que nos dejamos ayer por hacer.
12 kilómetros no parecen mucho, pero hay que subir el Alto del Bardal, a 1100 metros de altitud.
Apenas salimos del pueblo empieza a llover y en Villaescusa tenemos que buscar el refugio del zaguán de una lujosa casa porque la lluvia arrecia con fuerza.
Otro clarito y vuelta a la carretera, que a estas alturas ya empieza a picar para arriba con fuerza. Eso sí, no tanto como nos habían dicho en el pueblo la noche anterior. Es arriesgado confiar en los consejos de los paisanos, porque no sabes si se quedan largos o se quedan cortos. Esta vez se quedaron largos, porque lo más incómodo de la subida fue la propia climatología.
En el alto tuvimos que volver a refugiarnos en una especie de parada de autobús. La bajada hasta Olea por carretera había que tomarla con calma, porque la lluvia seguía y la carretera tenía la misma pendiente que nos tuvimos que subir por la otra vertiente del puerto.
Si la etapa de ayer tuvo demasiada carretera por culpa del embalse, hoy ha sido todo lo contrario. Prácticamente hemos tocado carretera en esta subida del puerto y en algún intercambio de caminos y pasos por pueblos. Todo lo demás pista, caminos y hasta alguna pradera que hemos tenido que atravesar campo a través para buscar los caminos borrados y comidos por la maleza, el ganado y esa tradicional manía que tienen algunos de arar caminos, poner vallas y cortar pasos con cintas electrificadas para el ganado.
Aunque a partir de aquí la lluvia bajó un poco, a ratos arreciaba, que unido al frío de la zona nos hizo llevar desde primera hora de la mañana toda la ropa que llevábamos. Esta mañana, en Reoinosa, Carolina tuvo que comprarse una camiseta térmica porque por equivocación se olvidó meterla en las alforjas.
Camiseta, maillot, chaqueta, braga de cuello, guantes y hasta a ratos el cortavientos por encima de la chaqueta. Luego claro, subías un repecho del camino y parecías una central térmica en pleno funcionamiento.
Tantas paradas para refugiarnos de la lluvia consiguió que de nuevo llevásemos un retraso importante en la marcha, y a eso de las tres de la tarde aún estábamos en Aguilar de Campoo, donde paramos a comer algo.
Hasta hemos tenido un percance con un grupo de perros que estaban sueltos en la entrada de una casa y que nos salieron al paso con intenciones nada amistosas. Dos mastines y un pastor alemán de tamaño King Size. El método del grito hipoahuracanado funcionó con dos de ellos, pero uno de los mastines, el sordo, siguió a Carolina que pedaleaba como si le fuese la vida en ello. Con este último tuve que usar el método del chorro de agua, que es muy útil en estos casos: chorreón de agua lo más cerca de la cara posible, para que se despiste y nos de tiempo a quitarnos de su radio de acción. Supongo que no tenía intención de morder, porque pudo haberlo hecho, pero el susto nos lo llevamos.
Después tomamos camino hacia la presa del Embalse de Aguilar, que nos llevaría a la pista para bordear todo el embalse hasta llegar a Salinas de Pisuerga.
Eran casi las 7 de la tarde ya y no podíamos arriesgarnos a seguir hasta Cervera, que aunque eran sólo 10 kilómetros, era demasiado justo como para tener algún percance y que se nos hiciese de noche.
En la misma entrada de Salinas buscamos alojamiento por internet y reservamos en el Hotel El Molino de Salinas, hacia donde nos dirigimos. Cuando llegamos no había nadie, y llamamos por teléfono. La sorpresa fue cuando nos dijeron que el hotel estaba cerrado entre semana, y que nos derivaban a otro que tenían en Aguilar de Campoo. Esa solución evidentemente no era posible, y tras unas llamadas, pudieron venir a abrirnos el hotel para darnos alojamiento. Así que el hotel entero para nosotros. Al final tuvimos suerte, porque no había margen para más: estaba lloviendo, era tarde, no había alojamiento cercano y empezaba a hacer un frío palentino de profesionales.