Hoy he dormido de un tirón, estaba realmente cansado ayer. Anoche salí al pueblo con idea de comer algo, poca cosa, pero tanto me costó encontrar un sitio digno que al final terminé con un apetito voraz, pero encontré un sitio donde pude cenar pasta, que hoy me ha venido de lujo.
A las 8 en punto estaba saliendo del Albergue de Peregrinos Villa Castora, de la red de albergues de la Comunidad de Madrid. Es un albergue juvenil, pero acoge peregrinos. Me dieron una habitación de dos para mí solo, con baño dentro de la habitación. Como si fuese un hotel, vaya. Además todo muy limpio y bien acondicionado. Merece la pena. El desayuno me lo dieron anoche en una bolsa preparado para llevar porque no empezaba por la mañana hasta las 9. Así que tomé lo que pude en la habitación antes de salir: un zumo, unas galletas, un sobao y poco más. Suficiente para subir ligero.
Nada más empezar a rodar ya noté que las sensaciones no eran las mismas que tenía ayer al iniciar la subida de la Fuenfría, y aunque me costó coger el ritmo enseguida el pedaleo se hizo ágil y al menos cundían las pedaladas.
La pista de la Fuenfría es una gozada, está completamente allanada y limpia. Está cortada al tráfico desde abajo, donde están las piscinas y el restaurante. Esa pista se llama Carretera de la República y se llama así porque fue proyectada por la II República junto a otros montes de Madrid como un intento de acercar el monte a todos y no sólo a los más privilegiados.
«que el acceso a ese pulmón matritense no sea un privilegio de las clases pudientes ni aun de las acomodadas, sino de todos, porque todos tienen derecho a respirar y a vivir» (‘Folleto de propaganda de Cercedilla y sus alrededores’, 1934)
Con la Guerra Civil se paralizaron todos estos proyectos
Hoy no hace fresco… hace frío, directamente. Así que chaqueta desde el principio, que a pesar de sobrarme en el último tramo, aguanté con ella puesta porque la bajada prometía ser fresquita, a pesar de estar pegando ya el sol.
Tras unas paradas en el mirador y en alguna fuente llegué arriba a las 9:30. La bajada todavía más cuidada y prácticamente desde la mitad asfaltada, aunque sin tráfico. Justo antes de llegar a bajo me alcanzaron los cuatro primeros de la carrera que debieron salir a las 9. Pasan como motos, es imposible ni intentar seguirles, cuando te das cuenta que han pasado ya te llevan 300 metros.
Ya es todo bajada hasta Segovia donde paro a tomar un café y algo sólido que ya va haciendo hambre. Estoy con una manzanita que me comí en la cima, parte de la bolsa del desayuno.
En Segovia eché mi buena hora entre fotos, vueltas, buscar para sellar en Turismo, volver a sellar en la Catedral, otra foto…
Por fin a las 12 y cuarto me vuelvo a poner en marcha. Los de la carrera no han pasado por Segovia, los han desviado para no entrar en la ciudad, así que cuando vuelvo al camino me encuentro ya con gente esta vez más o menos de mi nivel. La hora que perdí yo en Segovia es la hora que ellos tardaron en salir por la mañana.
Así que ahora los que tengo por delante y por detrás van a mi ritmo más o menos. Yo no voy en carrera, pero es inevitable (para mí) ver a alguien delante de mí y no ir a por él como si me fuese la vida en ello, así que desde Segovia hasta Navas de la Asunción convertí mi Camino de Santiago en una carrera.
El camino es rápido y divertido e invita a poner la directa y hacer kilómetros y kilómetros. A pesar de todo hay zonas de pinares muy incómodas porque los bancos de arena (como los que le gustan a Paco) en ocasiones te hacen hasta bajarte de la bici.
En Navas paré a tomar algo rápido, aunque no me apetecía nada sólido y tiré de gazpacho fresquito que compré en un súper.
El resto hasta Villeguillo igual, aunque todo este tramo con muchísima arena. Hoy han caído unos 110 kilómetros, aunque el terreno lo merecía.
Villeguillo es un pueblo muy pequeño, tiene un bar con una pequeña tienda nada más. El Albergue de Peregrinos es como los de antes: llamas al ayuntamiento que te dice cómo localizar a la encargada de las llaves y tienes que ir a su casa para recogerla. Estoy sólo en el albergue.
Después de la ducha reparadora salí a buscar el bar para tomar algo fresco porque seguía sin hambre. Marcelo (el uruguallo) me explicó todo lo que podía comer en este pequeño bar que en realidad es el Centro Social del pueblo, así que quedé en volver para cenar mientras veía el partido. Quique, el otro dueño del bar me preparó lo que el llama «chuleta», que cuando ví lo que era me empezaron a entrar sudores fríos. Sacó de la cámara media vaca y me indicó: ¿te corto por aquí? No supe decir que no… lo reconozco, soy débil.
Me dejé liar y al final comí como para estar en ayunas ya el resto del camino. Eso sí, todo exquisito. Como digo es un bar pequeño, casi no se ve al pasar por el pueblo, pero merece la pena hacer parada y charlar un largo rato con los dos amigos.
El chuletero era una verdadera tentacion hijo, y la chuleta a ti que no te gusta mucho la carne jajajaja te la comerias a la fuerza, hoy buena etapa, estas muy guapo, besitos de mami
Animo ya estas llegando,no te rindas ahora pa lo que falta.Te quiero un monton Besos.
Taprovechas que vas solo pansiegarte de chuletones…