Tempranito nos ponemos en marcha y a las 7 y cuarto ya estamos sobre las bicis, aunque unas calles más allá de la pensión paramos a desayunar.
La salida de Lugo se hace más bien pesada ya que las cuestas son prolongadas y bastante duras.
Comenzamos por camino, que es en gran parte una carretera secundaria solitaria y por zonas muy bonitas.
Uno tras otros van llegando pueblos pequeños, aldeas y casas aisladas donde encontrar una tienda o un bar se hace imposible.
En una de las veces que me paré a hacer una foto a Paco e Isabel, la bici se me tumbó y fui con ella al suelo dejando las gafas en la cuneta.
3 kms más allá me di cuenta y volví a por ellas. Suerte que la propia foto me indicó el lugar exacto de la caida.
A la vuelta habíamos quedado en Vilamayor, pero ellos siguieron y nos costó reencontrarnos ya que los walkies no estaban muy por la labor.
Decidimos tirar por Melide en lugar de por Palas de Rey. Aunque está bastante bien señalizado tuvimos un par de dudas y tuvimos que andar preguntando varias veces.
Cuando nos quedaban unos 12 kms para Melide, justo en el final de la última subida, donde están los molinos, Paco de dio cuenta de que llevaba el eje de la rótula del carrito completamente doblado y fuera de su sitio.
Intentamos enderzarlo y hasta pedimos ayuda a un señor que pasó con la furgoneta y nos prestó un martillo, pero corríamos el riesgo de romper el plástico de la pieza, así que decidí bajar al pueblo a intentar arreglar la pieza.
Dos kms. más allá encontré a nuestro Ángel Salvador que con una llave de grifa y un hueco de su cosechadora me enderezó la pieza, terminando la faena con la parte trasera de un hacha y un apoyo de la misma cosechadora.
Terminado el arreglo volví a subir para montar la pieza. Todo arreglado en media horita.
Seguimos ruta, con algún despiste más provocado por la falta de señalización y llegamos a Melide a las 14:30, directos para Ezequiel.
Atracón de pulpo con buena dosis de cervezas que nos hicieron salir del bar un pelín tocados. A partir de aquí, Camino Francés, y nos aventuramos por camino. Agua, fuertes pendientes y Paco e Isabel pie a tierra en más de una ocasión.
En Castañeda a Carol se le ocurrió parar a tomar un helado, y eso fue providencial, ya que aprovechamos para llamar a un par de hostales para preguntar si había habitaciones. Nada. Ni una plaza libre en Arzúa.
Así que allí mismo nos quedamos a dormir. Por la noche llamamos a un taxi que nos llevó a Arzúa para cenar en la pizzería donde estuvimos con José María hace un par de añitos. Un antojo.