Hoy el desayuno estaba incluido en el Hotel San Marcus, donde he pasado la noche, así que a las 8:15 ya estaba dando las primeras pedaladas.
Duró poco la aventura, porque nada más salir del pueblo, en la primera rampa por la carretera que hay detrás del convento empezaron a sonar las alarmas del móvil indicando que algo no iba bien en uno de los servidores. Tras una primeras comprobaciones no tuve más remedio que desplegar todo el tenderete informático apoyándome como mesa de oficina en la valla de piedra de una casa del pueblo. Un par de llamadas y un par de retoques después, quedó todo solucionado.
Aún así la broma me ha hecho perder un tiempo precioso, y es que hoy tengo por delante muchos kilómetros y por las previsiones va a hacer bastante calor.
El goteo de peregrinos que me voy encontrando es constante, aunque no muy abundante, como ayer. Es curioso que a lo efímero que se convierte el conocer a peregrinos en condiciones normales, en las que a algunos los ves incluso varias veces, si te adelantan, si te paras a comer, a arreglar una avería o simplemente a echar una foto, en este caso ni siquiera eso es posible. Una vez te cruzas con ellos, chao. Se entabla más amistad con las vacas y con los perros, que algunos salen a saludarte, aunque no todos con las mismas intenciones.
Aún así sigue siendo una sensación curiosa ver las caras de todos ellos, algunos se quedan con la duda de ¿me habrá despistando e iré yo al revés o irá él?
Van cayendo los kilómetros, la primera parte de la ruta es cuesta arriba, pero en seguida el perfil se transforma en mi favor. O bueno, supongo, porque no terminas de disfrutar de las bajadas cuando nuevamente el ancla se fija al suelo y no te deja avanzar.
El calor empieza a pegar a medio día, y paro a recuperar fuerzas cerca de Baamonde, aún me quedan 40 kilómetros y empiezo a obsesionarme con lo que tengo por delante. A partir de aquí no hay subidas importantes, pero el terreno hará que las piernas sufran más de lo previsto.
Aún así, el verdadero problema ha sido el agua. Si ayer encontré un par de fuentes de agua fresca, hoy nada, y te obligaba a buscar algún sitio donde comprar, una gasolinera, una tienda, o un bar, y eso te hacía perder un tiempo precioso. Y no siempre es posible encontrar alguna de esas opciones.
Por si fuera poco en Vilalba, donde paré en un súper a comprar bebida, noté que la rueda trasera iba baja y me flaneaba, así que la hinché un poco para ver si aguantaba. Pero no, unos kilómetros más allá volví a hinchar, y así varias veces más para evitar parar a reparar hasta llegar a Abadín.
Sobre las 6 de la tarde llegué a Abadín, agotado pero contento de haber podido cumplir la etapa prevista. Mañana arreglaré el pinchazo, hoy ya no doy para más.
Sobrado, plaza mítica. Niño, eres don averías, a ver si das el salto a la eléctrica
Que bonito verbo, «flanear»
Foto preciosa en Sobrado
Un camino precioso en solitario pero ya te queda menos, besitos.
Carolina huele a flanes jajajaja besos nuera